“MUJER, ¡QUÉ GRANDE ES TU FE!”

Oración inicial:

Oh Espíritu Santo, amor del Padre, y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia Santificación. Espíritu Santo, dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar dirección al progresar y perfección al acabar. Amén.

Texto Bíblico: Mateo 15, 21-28

Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada.

Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».

Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».

Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!: que se cumpla lo que deseas». 

 Preguntas para reflexionar personalmente o en grupo:

  • ¿Por qué se hace énfasis en que esta mujer era una cananea?
  • ¿Qué problema tenía esta mujer? ¿Cómo le pide ella a Jesús?
  • ¿Por qué parece que Jesús no la quería ayudar?
  • ¿Por qué esta mujer logró que Jesús le hiciera el milagro?

¿Qué dice el texto?

Mateo presenta a esta mujer que se encuentra con Jesús con el apelativo de “cananea”, el cual aparece en el A.T. con toda su dureza.

En el Libro del Deuteronomio, los habitantes de Canaán son considerados una gente llena de pecados por antonomasia, un pueblo malo e idolátrico.

Teniendo en cuenta el desarrollo del relato, mientras Jesús desarrolla su actividad en Galilea y está en camino hacia Tiro y Sidón, una mujer se le acerca y empieza a importunarlo con una petición de ayuda a favor de su hija enferma. La mujer se dirige a Jesús con el título de “hijo de David”, un título que suena a extraño en boca de una pagana y que podría encontrar justificación en la extrema necesidad que vive la mujer.

Podría pensarse que esta mujer ya cree de algún modo en la persona de Jesús como el salvador final, pero esto se excluye puesto que sólo en el v.28 aparece reconocido su acto de fe, justamente por parte de Jesús. En el diálogo con la mujer, parece que Jesús muestra la misma distancia y desconfianza que había entre el pueblo de Israel y los paganos.

Por un lado, Jesús manifiesta a la mujer la prioridad de Israel en acceder a la salvación y, ante la insistente demanda de su interlocutora, Jesús parece tomar distancias, una actitud incomprensible para el lector, pero en la intención de Jesús expresa un alto valor pedagógico. A la súplica primera “Ten piedad de mí, Señor, hijo de David”, no responde Jesús. A la segunda intervención, esta vez por parte de los discípulos que lo invitan a atender a la mujer, sólo expresa un rechazo que subraya aquella secular distancia entre el pueblo elegido y los pueblos paganos (vv.23b-24).

Pero a la insistencia del ruego de la mujer que se postra ante Jesús, sigue una respuesta dura y misteriosa: “no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” (v.26). La mujer va más allá de la dureza de las palabras de Jesús y se acoge a un pequeño signo de esperanza: la mujer reconoce que el plan de Dios que Jesús lleva adelante afecta inicialmente al pueblo elegido y Jesús pide a la mujer el reconocimiento de esta prioridad; la mujer explota esta prioridad con el fin de presentar un motivo fuerte para obtener el milagro:” También los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v.27). La mujer ha superado la prueba de la fe: “Mujer, grande es tu fe” (v.28); de hecho, a la humilde insistencia de su fe, Jesús responde con un gesto de salvación: Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». Este episodio dirige a todo lector del Evangelio una invitación a tener una actitud de “apertura” hacia todos, creyentes o no, es decir, una disponibilidad y acogida sin reserva hacia cualquier hombre.

 ¿Qué me dice el texto?

  • ¿Cómo estoy descubriendo que, debajo de cada persona, sea de la condición que sea, hay un corazón, amado por Dios?
  • ¿Realmente estoy siendo un cristiano real, aceptando a todos con el mismo amor de Dios?
  • ¿Cuántas veces quiero hacer diferencias sociales y no acepto que todos tienen oportunidad de conocer, amar a Dios y cambiar de vida?
  • ¿Qué compromisos puedo hacer?
  • A la hora de hacer un juicio, una crítica o dar una opinión de una persona, no olvidaré que debo hacerlo con caridad y respeto.

Oración final:

Jesús mi maestro, cada vez que me encuentro con tu Palabra, descubro una nueva luz para afrontar la vida. Quiero pedir perdón, porque muchas veces discrimino a los demás, he puesto barreras y me he sentido superior a otros. Pero he aprendido Señor que tú rompes las barreras y que para ti solo es importante la fe. Quiero ser hoy como esta mujer cananea y reconocerte como el Mesías, el que todo lo puede, el Hijo de Dios. Pongo mi entera confianza en ti Jesús, y te pido perdón por las veces que no he perseverado en la oración, porque la falta de fe se ha apropiado de mí y no he sabido esperar con paciencia tus respuestas. Jesús como con la mujer cananea ten misericordia de mí, escucha mi súplica y sáname. Amén.