Cristo Rey

Empecemos reconociendo que la realeza de Cristo es distinta de la realeza de Dios. Dios reina sobre el universo porque Él lo hizo. Pero no reina en quienes no quieren aceptar su amor.

La grandeza de Dios es que siendo perfecto y feliz por su pleno conocimiento en el Hijo; y por el amor puro y perfecto entre el Padre y el Hijo en el Espíritu, decidió crear seres libres para invitarlos a participar de su Reinado. Reinado quiere decir que se hace su buena voluntad, que todo ocurre según su plan concreto de felicidad y amor. Un reino donde todos los que vivan en él encuentren sentido, valor y alegría en todo momento y dónde no se encuentre ningún tipo de injusticia o dolor.

Pero ese reinado es para gente libre que haya elegido el plan de Dios por encima de sus pequeños planes personales. De ahí que la libertad nos hace responsables de nuestro destino y es signo de la verdadera llamada de cada quien al amor, a un amor perfecto en correspondencia y plenitud. Al mismo tiempo, eso abría la puerta al NO a Dios, al rechazo de ese Amor y de ese plan divino.

Antes del pecado, para cada quien era relativamente fácil encontrar el camino correcto porque todo habla de un ser creador amoroso, del mismo modo que no solemos dudar del amor que nos tienen nuestros padres por todo lo que han hecho por nosotros.

Pero el pecado hizo que Dios dejará de reinar en el corazón del ángel en el caso del demonio, y en el corazón del hombre desde el pecado de nuestros primeros padres. Dios ya no reina en el ser humano ni en las obras que el ser humano hace para sí lejos del plan de Dios.

Aunque Dios no deja reinar en el universo, pero desafortunadamente si en el planeta porque el mal del hombre enfermó la naturaleza (cfr. Rm. 8) y nos avisa por medio del dolor que hemos perdido comunión con Aquel que puede reinar y organizar todo.

Porque es claro que ningún hombre ni toda la sociedad, aunque se pusiera de acuerdo podría arreglar el mundo ni el planeta. Es algo que se nos escapa de las manos y, además por lo que vemos que hacemos los humanos del modo en que vivimos, es fácil darse cuenta que no estamos avanzando hacia un planeta y sociedad mejor, sino que avanzamos hacia la destrucción nuestra y del planeta.

Dios no nos abandonó y envío a su propio Hijo eterno y consustancial con Él a reinar en el mundo y en el universo. Pero para reinar desde el amor tiene que mostrar amor, conquistarnos y eso fue lo que hizo. Tuvo compasión por los enfermos y los más pobres. Siempre tenía una sonrisa y una palabra saludable para ellos. No podía acabar con todos los pobres porque algo hay de culpa en la pobreza material. El pobre no es un santo que tiene mala suerte, la mayoría de las veces es alguien que ha elegido malos caminos, que ha tomado malas decisiones, que ha cogido atajos y llegó sin experiencia al final y, por lo tanto, llegó sin conocimiento y voluntad. No está en condiciones de vivir con dignidad porque aprendió a vivir en la mediocridad y se acostumbró a eso, como le pasa a la mayoría de personas.

La verdadera responsabilidad con uno mismo y con los demás exige hacer bien cada día la tarea de ser mejor, de crecer en todos los aspectos, pero especialmente en conocimientos y en el cumplimiento de la palabra dada porque se tiene la capacidad de compromiso y cumplimiento. Eso supone hacer el camino completo y aprendiendo en cada momento lo que hay que aprender en todos los aspectos. Crecer en sabiduría, entender a los demás, entender el dolor, entender la injusticia, entender la rabia, pero no para sufrir y destruir sino para compadecer y construir con paciencia una vida mejor para todos. No sólo para sí mismo sino para todos. Sin amar a otro, el ser humano está perdido y no ha entendido lo que realmente importa. Pero el amor humano es una señal del verdadero amor, el Amor de Dios.

Solo Dios puede reinar; pero para que reine en uno hay que converse de qué Él es quien más te ama. De que solo Él te conoce mejor que tú mismo. De que solo Él sabe mejor que tú lo que te conviene y dónde está la felicidad tuya y la de todos. Eso lleva a trabajar para realizar su proyecto de reinado universal y hacer lo que nos dice sabiendo que todo va a acabar bien. Abandonar la propia vida en las buenas manos de Dios y hacer el bien en todo momento es el secreto de la paz y del “éxito” cristiano, que lleva a vencer el mal con el bien, a amar en vez de odiar, a comprender y disculpar en vez de ser comprendido.